Este es un escrito sobre un libro que me leí, titulado “La Casa de las Cebollas” de Memo Ángel, donde el miedo es su protagonista.
De esta manera relacione este sentimiento con las personas de la tercera edad, esas personas que alguna ves ignoramos y pasamos por alto; nuestros abuelos, vecinos, tíos o conocidos, donde la muerte se volvió su sombra y la soledad su amiga.
LA CASA DE LAS CEBOLLAS
La casa de las cebollas es un reflejo de las sociedades, marcado por el miedo y plasmado en la historia, donde las comunicaciones han forjado su destino.
No se reduce a días, horas o segundos, todo tiene un porqué y el resultado es el silencio que habita en nosotros, que se traduce en miedo del cambio, de hacernos viejos, de estar solos, de no estar haciendo lo correcto, de no encontrar un por qué, de huir de la guerra que no conocemos ni sabemos, pero está ligada a nosotros como una sombra que nos persigue; como la impotencia de no poder para el tiempo y nos consuma sin darnos cuenta.
Plasmar una historia en la que el miedo se traduce en silencio, silencio que hacen que nuestros medios de comunicación sean los primeros que están muertos en la guerra, ya que para ellos es mejor no escuchar, o si lo hacen, lo olvidarán rápidamente, así no tendrán posibilidades de hablar….. Como aquellos periódicos polacos que leía el tío Reuven, que poco a poco van perdiendo el sentido de realidad, porque su tinta dejo de ser negra y pasó a ser roja, marcada de sangre y temor de lo desconocido, de una mirada, de una acción o simple miedo que no se logra identificar o conocer.
Cuando en la ciudad de este ingeniero de caminos, comenzó la guerra, el aire paro de sonar y de correr con fuerza, ya que comenzó a hacer parte de esta ciudad silenciada, en la que la mitad estaba muerta y la otra mitad había comenzado a agonizar; los periódicos hablaban de autos, viajes, ofertas, o noticias que destacaban que ni si quieran eran locales o en la radio todo mejoraba; mientras se cortaban los sistemas de telefonía, se escuchaba gritos, bombas, disparos y miradas donde sólo se veía miedo y dolor.
Lo que todo comenzó desde un pasado y hechos que se escondían, de un miedo que salió a flote con la destrucción de un puente en el sur, donde apreciaron ojos en el desierto que los marcaron, no pararon de observarlos, ya los reconocían y se vengarían por esto... era sólo el comienzo un gran desorden que se evidenció después, donde las informaciones que llegaban eran contradictorias, haciendo que éstas se convirtieron en agua que hacía creer las raíces del miedo que estaban el estomago en cada una de las personas.
Es posible establecer la importancia de los medios, ya que de su papel depende el conocer o el desconocer lo que va a pasar, lo que está pasando y lo que paso. Si no se informa, hará que el aire de guerra y desosiego corra más rápido de lo previsto entre la comunidad y el miedo crecerá sin desenfreno. Ese miedo que no se va, sólo cambia, pero siempre permanece.
El tiempo pasa más rápido de lo esperando y cuando todo se reduce a un no entender, a un no saber, a confusiones; a nuevas tecnologías que llegaron invadir el mundo de las comunicaciones, que segmentaron las personas de las ciudades, países y el mundo; dejando a un lado a los ancianos, a estas personas mayores, que son nuestros abuelos, padres, vecinos, tíos o conocidos, que desconocen el mundo de ahora, que se encuentra invadido por el miedo, al desconocer lo que pasa hoy y ver que la vida corre detrás de ellos, sin compasión ni desenfreno.
Apegados al pasado, porque desconocen el ahora.
Es como cerrar los ojos en la noche y cuando despierte, el mundo que se conocía no está, la soledad invade el cuerpo, el miedo se convierte en cotidianidad, tan sólo queda la resignación.
La globalización, con el internet y todas las nuevas tecnologías que este fenómeno traía, cosas que cuando pequeños creían como irreales, impensables; tocaron a su puerta sin avisar, sin anunciarse, los cogieron por sorpresa y ahora son excluidos y esclavos de lo desconocido.
Los hijos y nietos manejan el internet, iphon, blakberry…pero ellos no saben ni pronunciar su nombre, siguen en el pasado, desconocen su presente, sólo quedan huellas de su mundo, de lo que fueron algún día, en algunos periódicos; pero ahora se siente en un limbo, donde las comunicaciones ya no existen para ellos, los días pasan sin tenerlos en cuenta, las horas corren y ni los sienten, estos son nuestros abuelos.
Invadidos por el miedo que crece al envejecer, a encontrarse en un mundo desconocido, no entender que pasa fuera de ellos y desconocer lo que ven y escuchan, un miedo que se reduce a esperar el día en que dejen su cuerpo.
El miedo está ahí, no se va, tan sólo cambia, es el resultado de antepasados que ni siquiera conocernos, pero están presente en cada lugar que visitamos, las personas que conocemos o lo que hacemos. Los medios de comunicación crean una especie de tranquilidad, ya que dan respuesta a lo que la mente busca, pero cuando los medios se transforman y ya no están hechos para nosotros, la intranquilidad se vuelve pan de cada día y el miedo se pega a nuestra piel como un tatuaje, que marca el cuerpo, la vida y no es fácil de borrar.
Los abuelos que se han convertido en estatuas en las casas, que tiene en sus espaldas el miedo y la historia de generaciones enteras, conocen las transformaciones de la ciudad; pero ahora tan solo están ahí, ven crecer sus nietos, sus hijos, y ellos sigan ahí, en el mismo punto, no avanzan ni se transforman.
El envejecer es de hombres, el miedo también, las situaciones lo siembran, lo reafirman y hacen que crezcan y que huyamos de él sin conocerlo. Nuestros abuelos cargan con este, quieren correr y no puede, el tiempo los alcanzo y el miedo incremento.
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