”Nos echamos a caminar por las calles
como por una recuperada heredad,
y en los cristales hubo generosidades de sol
y en las hojas lucientes
dijo su trémula inmortalidad el estío”.
Jorge Luís Borges
Son las 3:00 p.m. El sol decae entre las nubes lentamente dando uno de los paisajes más bellos y luminosos sobre las calles y postes fríos que acompañan diariamente la vida de los habitantes del barrio Belén Altavista.
La gente se ve en las calles, se miran fijamente entre todos, se dan un saludo cordial que simplemente sus rostros y ojos pueden percibir o comprender como vecinos que son. Se conocen mucho más allá de sus antepasados o mucho más de lo que ellos puedan imaginar y percibir, puesto que todos se recuerdan en esas calles que transitan diariamente y también a sus abuelos y demás memorias que siguen vigentes entre cantos y juegos que perduran al pasar de los años en cada rincón del barrio… invaden con las tristezas y alegrías los parques, canchas, tiendas, entre otros. Las voces de sus recuerdos y familiares que aún los acompañan.
Los pequeños en sus juegos inocentes, se esconden uno a uno en sus casas coloridas y hermosas -como en un cuento de hadas-, de forma particular. Se percibe al caminar por las calles: una gran familia o, mas bien, una urbe pequeña, pues de cuadra en cuadra se encuentran múltiples almacenes y establecimientos que con tan sólo una mirada a cada uno de ellos, se ve la presencia de seres humanos capaces y con ganas de salir adelante. Como el abuelo en su tienda de la esquina, los tíos en los talleres, los hermanos en las tiendas y las madres, las hermanas y primas en papelerías, sastrerías y heladerías que integran las calles.
Se acercan las 4:00 p.m. y todo se detiene por un segundo, pues la tarde ha comenzado su descenso y la luna comenzará su camino y asomará su reflejo en cada ventana de las cálidas casas.
A medida que se camina por los callejones van cambiando los colores y se tornan más oscuros, con un aspecto diferente. Se percibe menor cantidad de gente y ante sus ojos, unas escaleras de color amarillo muy angostas y poca distancia, que parecen no tener fin y son realmente empinadas. En la primera escalera un cambio de clima se produce y es evidente, el viento trae el frío y la piel lo siente… los ojos agudizan la pupila pues no perciben el terminar de este camino ni mucho menos lo que se pueda encontrar. La mente en blanco y los ojos a la expectativa, no se percibe ningún olor ni sonido pues hasta el ruido de los buses que se alcanzaba a escuchar un poco más abajo ya no tiene sombras ni espacio. Con la mirada fija, sin saber donde situarse, sin comprender la realidad que tan sólo en algún paso más se encontraría. Sólo después de unos segundos, se percibe el sonido de unas gallinas con plumas de colores que rodean con su caminar las casas, mas el silencio que atormenta y ahuyenta a todo extraño, regresa pronto.
Al caer la tarde…
Son las 4:30 p.m. y el ruido ha ahuyentado todo sin saber cómo y por qué. Todo parece indicar que la luz del sol ha invitado a la tarde a ser calurosa, verdaderamente calurosa, empujando a la incomodidad a arribar. Las casas ya perdieron su color, tan sólo los últimos rayos solares iluminan el lugar. Algunas tejas anaranjadas que contrastan con el negro y el gris hacen el retrato dramático.
Las escaleras se cortan como sí las hubieran arrancado y dejado en un sin fin… sin entrada o en un vacío, impregnado de la esencia de esa montaña que es Belén Altavista.
No se percibe nada aún, sólo bastaron algunos segundos para que apareciera una pequeña y hermosa niña llamada Michelle, que con sus ojos grandes y su sonrisa inocente, cambió el aspecto de lo que se estaba viendo, pues con ternura encantadora invadió el ambiente e llenó con su dulzura todas las casas que conforman el barrio. Fue como un renacer de las flores que dormían mientras se subía por las escaleras. Fue únicamente con la mirada hacía atrás, a la dirección, que la pequeña indicó con su mirada el paisaje… todo cambió de aspecto pues era impactante y hermoso ver la ciudad de Medellín desde aquel sitio. Parecía que el cuerpo se elevara y volara por unos instantes para divisar la realidad y la inmensidad. Son muchas las veces que por el afán del día, de las actividades que se realizan, se olvida mirar, observar, sentir…
La pequeña comentaba que tenía siete años y una gran familia de la cual se sentía orgullosa. No recuerda un lugar diferente al que vive ahora, pero tampoco le inquieta irse de ahí, pues para ella es encantador sentarse en el jardín o en la terraza los días de calor.
Las casas del recuerdo
El amanecer de la ciudad toca la puerta de cada uno de los habitantes del Barrio. El atardecer cubre sus vidas y el anochecer arrulla sus sueños.
La pequeña tocó en la primera casa, de la cual sin ninguna espera salió una señora de aproximadamente 63 años, era su abuela y una de las más antiguas residentes del barrio, doña Elvira Ramírez. Vive allí hace 35 años y su esposo ya murió. Ve a Medellín muy hermosa, está más unida a su barrio que nunca, puesto que nunca ha pensado en dejarlo, teniendo en cuenta que ha sido tranquilo, a pesar de que se vio afectado por la época paisa y colombiana de la violencia. Lo más importante dice doña Elvira es vivir feliz y en amor pues sabe que las casas no están construidas con los materiales más lujosos y costosos. Por fortuna le llega la luz, pero el agua está en una pila lejos de su casa, por lo que debe caminar dos cuadras para obtenerla. No hay motivos para que la edad sea algo que produzca la destrucción de las ilusiones ni para cerrar las puertas al empleo… doña Elvira sale día por medio a reciclar para sobrevivir, algo que hace con orgullo, pues le da el pan que la alimenta y mantiene en pie su casa.
Andrea
De la casa de al lado, al abrirse la puerta, salen dos pequeños encantadores: Xiomara y Jhorman, hijos de Andrea. Su esposo es mensajero y trabaja todo el día para brindarles a su esposa y a sus hijos la seguridad que se merecen. La casa donde viven es pequeña y acogedora; es tan sólo una habitación además del baño, con dos camas frente a lo que parece ser una cocina.
Los pequeños saltan entre cama y cama con alegría y entusiasmo, mientras su madre se aflige por no poder trabajar, pues sólo tiene el bachillerato y con el dinero que gana su esposo no les pueden ofrecer una mejor vida a sus hijos.
Canta ranas
Eran las 6:00 p.m. Doña Marlin vive hace 25 años en “Canta ranas”… Un nombre particular para un sector de Belén Altavista. “El tatarabuelo, que fue el primero en ser propietario de los terrenos del lugar, era famoso porque todas las mañanas de un lago cercano, sacaba las ranas y las hacía cantar. Era tan conocido que le pagaban por eso”, cuenta la mujer, que trabaja en una casa en semana realizando las labores domésticas.
Es un lugar realmente acogedor. Todos son familia, otra cosa que lo hace más particular. Viven en armonía y luchan por salir adelante. Medellín les parece hermoso, un lugar de cambio y que en los próximos años se espera que continúe progresando y que pueda llegar con fuerza a su barrio.
A pesar de que aman y visitan mucho el centro de Medellín, nunca dejarían sus terrenos, pues aman Canta ranas. Allí están los recuerdos, esfuerzos e ilusiones de toda una familia que disfruta viendo a Medellín desde arriba.
El reflejo de la luna que arrulla a Medellín en la noche y a Canta ranas lo acompaña en sueños.
Contraste entre la visión de Medellín y el barrio Belén Altavista parte baja
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