Una mirada desde los ojos del alma.
Las ilusiones de Alejandro Ramírez rodeadas de penumbras del pasado, que desde sus 12 años, la luz del sol comenzó a dudar si salir para él, mientras la noche avanzaba a toda velocidad, sobre su cuerpo, mente y sueños.
Cuando apenas comenzaba a dejar los carritos y juguetes; empezaba a crecer, a pensar en las niñas o lo que quería ser cuando grande, una tarde su vida cambio.
Alejandro Ramírez, nació el 10 de julio de 1983 en Medellín, actualmente es parte del Consejo Municipal de Juventudes.“Creo que la discapacidad no es una limitación, el límite lo pone cada persona en su vida, y yo quiero mejorar la calidad de la vida de los jóvenes, su educación, su salud, generar y ser apoyo especial a los discapacitados; porque los jóvenes son el futuro de nuestro país y si mí historia les sirve de lección de vida y de superación, la cuento para que la conozcan y aprendan de ella”.
-¿Qué recuerda de ese día?
-Al comienzo nadie me podía mencionar, ni tocar el tema, porque lo recuerdo con demasiada claridad, como si fuera ayer, alcanzó a sentir el viento que tocaba mi cara aquél día. Me afectaba y me dolía recordar; pero con el paso del tiempo, estoy convencido que todo esto me enseñó a conocerme y a saber hasta dónde puedo llegar. Lo cuento como un suceso más de mis 25 años de mi vida, del que puedo sacar muchas enseñanzas, no como un pasaje doloroso que me hará sufrir o llorar.
Desde aquel 29 de diciembre de 1994, un accidente logró que la luz comenzará a huir de Alejandro Ramírez, qué los que muchos consideran cotidiano y simple, para él sería una ilusión.
“Abrí mis ojos como siempre, un día muy normal. Recuerdo que salí de mi casa en mi bicicleta por una de las calles de El Poblado, bastante cerca; anduve más o menos diez minutos, todo paso muy rápido.
En pocos segundos perdió el control sin previo aviso, golpeado y desubicado. Aún se encontraba cerca de casa, un amigo pasaba por el lugar y lo reconoció, al ver lo que paso, bastante asustado, lo llevó a donde su mamá.
- “ayúdenme!, ¡qué pasó! , ¡Ayúdenme por favor! ¡Mamá no veo, no veo!
- “Resiste, no se me vaya a morir, ya vamos para la Clínica”.
Su mamá lo traslado a la Clínica León XIII. “De ese momento no recuerdo muy bien, había entrado en un tipo de shock por la imposibilidad de ver y el golpe, tan sólo escuchaba y eso me hacía más impotente”
Un miedo invadía todo su cuerpo, ya no podía ni gritar, tan sólo las lágrimas que salían en silencio y que sentía derramar por su rostro.
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Mirando al pasado.
Fue atendido por el médico Edwin Correa, después de varios exámenes y días en la clínica, Alejandro parecía haber renunciando a su vos, las palabras habían desaparecido para él desde el accidente, no habla aún.
Para los médicos, como para su familia era necesario saber que pasaba, pero ninguno de los que había arriesgado preguntarle, habían tenido suerte.
Al parecer después de varios días, un intento más por parte de su mamá y una enfermera por preguntar, después de una par de monosílabos, entre algunas lágrimas en su rostro, se abrió la puerta que trajo de manera precisa las palabras que reconstruirían el suceso.
- ¿Mi amor, todos estos días no hemos sabido que pasó en realidad, dime dónde te encontrabas, dónde paso todo?
- Mami, llegaba a una de las lomas que me encantaba, porque como era en pendiente, la bicicleta rodaba más rápido, el viento pegaba en mi rostro, sentía que volaba mientras mi corazón se aceleraba, y al parecer estuve muy cerquita de hacerlo…
La enfermera interrumpió la vos de Alejandro y destruyo el silencio de la habitación.
- ¿Pero cómo fuel el accidente, con qué te golpeaste? ¿te atropellaron?
- De repente mientras miraba al frente, no sé de dónde, dos luces aparecieron, sólo veía esa luz frente a mí, era un carro que venía en sentido contrario al mío, traté de frenar, de detenerme de alguna forma, pero todo sucedió muy rápido; el carro venía totalmente de frente, las luces produjeron un gran luz blanca que me hizo perder el control y al tratar de no chocar con el carro, desvié la bicicleta y me dirigí a la Transversal Inferior.
Con sus ojos mojados, pero agradecida de no haber sido peor y tener a su hijo con vida pregunto.
- ¿Alejo, mi amor ¡la Inferior! siempre transitan carros a mucha velocidad, como no caíste a ese lado?
- Mami, de repente choqué con algo, era una persona que se había puesto en mi camino. No sé si Diosito lo puso al frente, pero el choque con aquella persona me detuvo e impidió que siguiera y posiblemente fuera un accidente mayor.
(La vos comienza a cortarse) El color blanco paso a verde, pensé que aún no había abierto mis ojos, porque sentí amucho miedo, intenté abrirlos y todo seguía igual, me pasé las manos por mis ojos para mirar si estaba abiertos…
El llanto invadió la habitación y cerró con candado la puerta del pasado por largos varios años.
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Ya no eran día si no semanas, las tardes eran más angustiantes para su madre y más oscuras para Alejandro, sin saber nada, perdido en el mundo, lleno de preguntas que nadie se arriesgaba a responder, hasta aquel día.
“Recuerdo que mi mamá salía de la habitación donde me encontraba y la escuché hablar con el médico, no entendía, ya que estaban lejos no podía escuchar bien, recuerdo tan solo un poco”
- ¡No ve!, ¿Doctor usted está seguro de lo que me está diciendo…? ¿Pero dígame que podemos hacer?
- Si, un desprendimiento de la retina bilateral, el impacto al ver el carro, las luces fuertes, el perder el control y el golpe, causó un trauma ocular en los dos ojos. Tranquila que vamos hacer todo lo posible, realizaremos una operación.De repente oí a mi mamá desvanecerse en llanto. No había entendido lo que el doctor decía, sin saber qué pasaba, porque tenía mis ojos vendados, comencé a llamarla repetidamente, el llanto de mi madre se desvaneció y una enfermera llegó a calmarme, recuerdo que me aplicó algo que me hizo entrar en un sueño profundo.
Después de pocos días el médico trató de explicarle a Alejandro.
- Alejandro, el accidente causo un pequeño daño en los ojos…
- ¡No, No! No me diga nada, quiero a mi mamá.
¡Quiero que me quite esta venda. Ya! (entre llanto)
- Alejandro, tranquilízate, todo estamos haciendo lo posible por ayudarte, te realizaré una operación para que puedas ver.
Yo si veo, yo no soy ciego… (entre llanto)
A los pocos días me realizaron una cirugía, recuperé mi vista, pero no veía muy bien porque aún tenía desprendía la retina, fui intervenido por el médico Juan Gonzalo Mejía, quien me realizó la operación que me devolvió la vista por completo, el día que pude abrí mis ojos y volver a ver, sentí que me volvía el alma al cuerpo.
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“Regresé a mi casa, aunque ya no estaba en el colegio, mi vida volvió casi completamente a la normalidad, los cuidados que me había mandado el médico eran muchos, demasiados estrictos y cuidadosos.
Al comienzo me daba mucho miedo hasta pararme de la cama y volver a perder la vista, caminaba con mucho cuidado, evitaba jugar o saltar, a pesar de los cuidados por mi mamá y prevenciones que yo había hecho, un día, meses después, cuando me recuperaba casi por completo, un leve golpe con una puerta terminaron con los esfuerzos de mi familia y de los médicos, ya que desafortunadamente otra vez se había causado el desprendimiento de mí retina”.
De nuevo una lucha incansable por la vista de Alejandro, fue intervenido quirúrgicamente nueve veces. Creciendo entre médicos, visitas a la clínica, enfermeras, varias alegrías como decepciones, algunas operaciones daban la esperanza de volver a ver y a los meses se desvanecía; poco a poco entró en un proceso de pérdida gradual de la visión, hasta el punto de quedar casi completamente invidente, sólo con la posibilidad de percibir algunas sombras y luces.
“Esto duró meses, todos de intentos fallidos, el diagnóstico de los médicos era definitivo, me sumergí en una gran depresión por cuatro años; no hablaba, muchas veces ni comía, lloraba mucho, cambiaba de humor muy rápido, extrañaba el colegio pero obligado por mi pérdida de visión no pude volver, esto fue un impacto en mi vida, aún era muy pequeño, no sabía cómo manejarlo; entre en varios traumas psicológicos que me encerraron y me alejaron del mundo por todos esos años”
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“En 1998 comencé un proceso de recuperación bastante difícil, me resistí muchas veces a hacerlo, pero después de un largo proceso psicológico, entendí que tenía que luchar, que aún existían demasiadas cosas, podía caminar, oír, oler, tenía mis manos…., que era joven, tenía una vida por delante, y me fui recuperando; todo eran ganas de salir adelante, de aceptarme como soy, con ayuda de mi familia y psicológica recuperé mi vida social, espiritual y anímica.
Ya, con muchas ganas de comenzar a estudiar de nuevo, fui aprendiendo el Braille, creó que fue otra prueba para mí, porque fue muy difícil de aprenderlo, ya que cada letra es escrita con un juego de puntos que se leen de una forma y se escribe al contrario, desistí de la idea en varias ocasiones, tuve que desarrollar mucho el sentido del tacto, hasta que lo logré. Comencé a perfeccionar la escritura, la lectura y retome mis estudios, recordé que los sueños que al parecer se me derrumbaron a los 12 años no eran tan difíciles de alcanzar, decidí retomar todas las metas que pensé de pequeño y luchar para lograrlas, tan sólo era entender otro estilo de vida, me comencé a sentir capaz y útil, creí que el mundo me quedaría pequeño para hacer todo lo que quería lograr.
Terminé mi bachillerato en el Centro de Educación Pedagógica Integral (Cenpi), y entré a explorar todos mis otros sentidos, conocerlos y desarrollarlos al máximo. Entrené y aprendí ajedrez, Kung Fu, natación, mesoterapia, actuación y se me despertó una pasión por la música”
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Alejandro en el 2002 decidió convertise en un ejemplo para las personas discapacitadas, y comenzó con trabajos sociales a jóvenes con limitaciones visuales, encontrando su verdadera vocación, la razón de su existencia, de estar vivo.
“Mi misión es ser útil a la sociedad, especialmente luchar por los jóvenes. Por eso he realizado en la universidad de EAFIT dos diplomados, uno en Administración de Riesgos y el otro en Geopolítica, actualmente soy técnico en Administración de Empresas del Centro de Enseñanzas Sistematizado de Antioquia, porque no sólo debía tener las ganas, debía formarme y tener algunos conocimientos para poder trasmitirlos.
Así es como estoy formando un plan de trabajo para desarrollar las capacidades de los jóvenes, darles mejores opciones de vida, pues ellos son el futuro de Colombia, y que mejor forma de ayudar a mi país que fortalecer a los jóvenes, darles ilusiones y sueños, enseñarles que las cosas no son imposibles, que sólo hay que luchar para alcanzarlas, y que entre todos podemos solucionar los problemas que agobian a toda nuestra comunidad”.